¿Quién no ha usado este dicho popular cuando ha usurpado el asiento de alguien que se ausentó sólo por un momento? Pues bien tiene su origen, como no podía ser de de otra manera, en esta maravillosa ciudad allá por el siglo XV durante el reinado de Enrique IV de Trastámara (1425-1474).
Pues bien, resulta que Alonso de Fonseca (arzobispo de Sevilla), tenía un sobrino del mismo nombre que fue a su vez arzobispo de Santiago de Compostela, durante el arzobispado en tierras gallegas, el citado sobrino acabó viéndose involucrado en cuestiones un tanto comprometidas y envuelto en una serie de problemas de los que solo su tío le podía sacar, y para buscarle una posible solución al entuerto, acordaron intercambiar temporalmente las diócesis.
Y cuál sería la sorpresa del arzobispo sevillano cuando, al volver a su diócesis tras resolver los problemas en Compostela, se encuentra con que el ambicioso sobrino se niega rotundamente a devolverle su silla arzobispal. La situación que se produjo hizo necesaria la intervención del rey ya que ni el mismísimo Papa pudo hacerle entrar en razón.
La respuesta del vulgo no se hizo esperar. Toda esta situación produjo un gran revuelo y a raíz de lo acontecido, acabaría imponiéndose en las plazas y los mercados una frase lapidaria que llegaría hasta nuestros días: “quien se fue de Sevilla perdió su silla”, así es como aparece en los dichos más antiguos. Pero el paso de los siglos y los cambios del castellano han hecho que nosotros digamos “a Sevilla” en vez de “de Sevilla”, no obstante el contexto y el significado sigue siendo el mismo.
Manuel Navarro González de la Higuera.
Cómo no iba a ser Sevilla el motivo de quitar una Silla...qué nos gustaaaaaaa
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