Hace unos días paseaba por el barrio de Santa Cruz con una muchacha muy mona, cuando nos llamó la atención un azulejo que había colocado en la Calle Susona, es el siguiente:
Cual ha sido mi sorpresa, que al investigar un poco me he topado con una historia apasionante, relacionada con ese azulejo, esa calle y esta ciudad tan maravillosa.
Pues bien, debemos remontarnos el 1391, año maldito en el que se persiguió hasta la muerte a casi cuatro mil personas por cristianos convencidos por Ferrant Martínez.
Diego Susón era uno de los conspiradores, y padre de una hermosa muchacha a la que apodaban "la hermosa hembra". La señorita en cuestión, a espaldas de su padre, era amante de un ilustre caballero cristiano con el que se veía a diario. Una de las noches en las que ella esperaba que su padre se fuera a dormir para salir a escondidas a citarse con el caballero, escuchó en la reunión de los conspiradores que de entre todas las fechorías se incluía la muerte de su amante.
Terminada la reunión y acostado Diego Susón, su hija acudió a la cita y reveló a su amante el contenido de la conversación. Inmediatamente el caballero informó al Asistente de la ciudad Diego de Merlo, que con sus mejores alguaciles y de más confianza, recorrió las calles visitando los domicilios y haciendo presos a los participantes del intento de sublevación. Estos fueron ajusticiados en la horca unos días después.
El mismo día de la muerte de Diego Susón, su hija, convencida de que traicionó a su padre por favorecer a su amante, acudió a la Catedral pidiendo confesión y le dieron la absolución, aconsejándole como penitencia retirarse a un convento. Y así lo hizo hasta sentirse libre de pecado para después volver a su casa llevando una vida cristiana y ejemplar hasta su muerte.
Al morir la mujer, ya anciana, los albaceas de su testamento toparon con una cláusula un tanto peculiar que decía:
"Y para que sirva de ejemplo a las jóvenes y en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo, y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás".
Y aunque pueda parecer una locura… su último deseo se cumplió, y su cabeza estuvo expuesta desde finales del siglo XV hasta entrado el año 1600. Y la calle recibió el nombre de Muerte hasta el siglo XIX que se cambió por el de Susona que se conserva hasta nuestros días…
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Manuel Navarro González de la Higuera.